Siglo de Hierro
El final de un Imperio

Brandeburgo

Al final del medioevo y a comienzos de la Era Moderna, Brandeburgo fue uno de los siete electorados (Kurfürst) del Sacro Imperio Romano Germánico, y junto con Prusia formaron la base original del Imperio alemán, el primer estado unificado alemán.

Berlín, futura capital alemana, se encontraba dentro del territorio de Brandeburgo. Desde 1618 Brandeburgo y Prusia, y posteriormente Brandeburgo-Prusia, fueron dominados por los duques de Hohenzollern, quienes más tarde fueron coronados como reyes de Prusia.

Brandeburgo fue uno de los Estados alemanes que en 1539 se convirtieron al Protestantismo en el auge de la Reforma protestante y continuó siéndolo mientras la dinastía se expandía a través de sus territorios al incluírsele el Ducado de Prusia (Herzogtum Preußen) en 1618.

Después de la devastadora Guerra de los Treinta Años, Brandeburgo y sus estados sucesores disfrutaron de una serie de gobernantes eficientes, que la llevaron para esa época a ser una de las grandes potencias de Europa. El primero de esos gobernantes fue Federico Guillermo I, también llamado «el Gran elector», quien trabajó para reconstruir y consolidar la nación, y fue además quien trasladó la capital de la ciudad de Brandeburgo a Potsdam.

Cuando Federico Guillermo murió en 1688, su hijo Federico le sucedió como Federico III en Brandeburgo. Como las tierras que anexionó para Prusia estaban formalmente fuera de los límites del Sacro Imperio, Federico asumió (como Federico I) el título de Rey de Prusia en 1701, con el permiso del Emperador de Sacro Imperio.

Brandeburgo aún continuaba siendo la parte más importante del reino, pero ya era referido habitualmente como Brandeburgo-Prusia, y luego como Reino de Prusia (Königreich Preußen).

Cuando Prusia fue subdividida en provincias en 1815, el electorado de Brandeburgo se convirtió en la Provincia de Brandeburgo. En el año 1881 la ciudad de Berlín fue separada de esa provincia.

En este ámbito septentrional, destacó a lo largo de la centuria el ascenso casi imparable del electorado de Brandeburgo. La primera ampliación territorial significativa se operó durante el gobierno de Juan Segismundo (1608-1619), gracias a una doble herencia: la que le permitió en 1614 tomar posesión, tras superar serias dificultades, del ducado de Cléveris y de los condados de Mark y de Ravensberg, todos ellos situados al oeste de sus tierras patrimoniales; y la recibida en 1618, que le supuso la posesión del ducado de Prusia, situado fuera de los límites orientales del imperio y que estaba bajo la soberanía de la Corona polaca. De esta forma comenzó a formarse un extenso Estado que abarcaba territorios muy diversos, tanto de dentro como de fuera del Imperio, aunque con el grave inconveniente de su discontinuidad, dada la separación y el alejamiento de sus partes integrantes.
El nuevo aporte significativo vendría a raíz de los tratados de Westfalia, ya durante el mandato del verdadero hacedor del Estado de Brandeburgo-Prusia: Federico Guillermo, el Gran Elector (1640-1688). La Pomerania oriental y las tierras pertenecientes a los secularizados obispados de Minden, Halberstadt y Magdeburgo pasaron a formar parte de las posesiones del elector, quien tenía por delante la ardua tarea de cohesionar los diversos trozos sobre los que ejercía su dominación política, de dotarlos de un operativo sistema administrativo y de garantizar su defensa mediante unas fuerzas militares eficaces, necesitando para ello poder contar con suficientes recursos financieros que sustentaran esta política de fortalecimiento de todo el aparato estatal, objetivo principal que perseguía.
Los resultados fueron bastante satisfactorios: al terminar su mandato, Brandeburgo-Prusia contaba con un sistema fiscal renovado, basado en una serie de impuestos permanentes de nueva creación y en el control gubernamental de los existentes, con una burocracia relativamente centralizada y unificadora, capaz de mostrarse eficaz mediante los consejos de gobierno y los funcionarios provinciales, con un poder fuerte y autoritario personificado en la figura del Elector y con un impresionante ejército, adiestrado, muy disciplinado e integrado mayoritariamente por mercenarios, capaz no sólo de proteger los ya muy extensos dominios interiores, sino incluso de practicar una agresiva y expansionista proyección hacia el exterior. Ello fue posible debido también al desarrollo económico del país, potenciado igualmente por el Gran Elector mediante una política de atracción de mano de obra y técnicos extranjeros, sin tener en cuenta las creencias religiosas de los que llegaban aunque interesado más en la venida de grupos calvinistas acordes con su propio credo, especialmente de franceses y holandeses. La recuperación económica resultó un tanto espectacular teniendo en cuenta que las condiciones naturales de las tierras repobladas no eran las más idóneas para un rápido crecimiento.

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